Amén

RELATO

 

Amén

Estaba yo pasando el plumero por una máquina de escribir de los años veinte.
¡Qué máquina tan vintage!, dijo.
Máquina vintage… ¿ Por qué no dices una máquina de escribir retro, clásica, incluso de época, contesté. Era de tu abuelo.
Todos entienden vintage. Igual que spoiler suena mejor que destripar.
¡Con lo que te gustan a ti las películas de zombis sangrientos!, reí.
¡No me vaciles!
Cuando hablas así empobreces el lenguaje. ¿No te das cuenta?
¡Yo flipo!… Sigues sin pillarlo y soy yo quien no se entera, se enfadó.
¿Qué es lo que no pillo? ¿Qué el inglés nos está colonizando?, dije.
¡Eres un teatrero! Qué tendrá que ver una cosa con la otra, contestó.
Los ingleses han sido los mayores piratas de la historia y los más grandes colonizadores. Callamos y nos creemos la Leyenda Negra.
¡¿Pero qué dices?!, saltó.
Digo que los españoles nos queremos muy poco desde hace siglos.
¡Qué obsesión tienes con el pasado!, dijo.
Qué obsesión por borrarlo. Eso pasa por comenzar a estudiar la Historia de España desde 1812. ¿No ocurrió nada antes?, dije.
Pareces un político.
Trabajo en un ministerio.
Tú eres solo un técnico, bien que los recalcas.
Me habré contagiado. Vivimos tiempos de pandemia.
¡No me rayes!, levantó el tono.
¿Qué es el futuro sin presente ni pasado? El mundo es anterior al invento de los teléfonos inteligentes.
Ahora me contarás la historia del teléfono en el que marcabas metiendo el dedito en un disco, colgado en el salón de casa de tus padres…
Y también de uno de mesa color verde manzana. Lo guardo en el trasteto. Con él hablaba con tu madre.
¿Cuándo erais novios?, dijo sonriendo. ¡Qué guay!
La palabra guay dejo de estar de moda allá por el siglo XVI. Lo mismo que hoy ser novios. Mira tú la lista que llevas…
No te pases, ¡eh! Por cierto, tu tablet es muy muy… retro, enfatizó.
¿Mi tableta anticuada?. Pero si no tiene ni ocho años…
Ni siquiera puedes actualizar el software. Igual que en tu smartphone.
Actualizar, actualizar… ¡Qué manía con querer anticiparse al futuro!
¿No te das cuenta de la velocidad a la que cambia el mundo?, dijo.
Mi capacidad de adaptación a la velocidad de tanto cambio es más que limitada. Lo reconozco, contesté.
Por eso eres un antiguo, papá. Un clásico. Como tu tableta y tu móvil. Pero te quiero… , dijo. ¿Helado y la nueva temporada de The walking dead?
Amén, hija mía.

 

 

Rojo

RELATO

 

Kore, sore, are, dore. Repasaba los pronombres demostrativos cuando recibí la llamada de papá.

Franco Chiaravalotti, Veinte mil

 

ROJO

 

Kore, sore, are, dore. Papá me llamó. No le hice caso y seguí con los demostrativos japoneses. Vino a mi cuarto y me gritó. Le dije que mis amigas tienen extraescolares y aprender japonés es la mía, aunque la haga por mi cuenta. Cogió algunos ejemplares de mi colección de manga y los metió en una bolsa. Y dio un portazo. Mamá piensa de mí que soy una friki y se ríe. A papá, sin embargo, no le gusta que me pinte los labios como si fuera una geisha y que coma con palillos. Mamá le dijo a papá que qué iba a hacer con la bolsa y él dijo que la iba a tirar, y mamá dijo que eso estaba mal. Y se gritaron. Me tapé con la almohada. Kore, sore, are, dore. Por la noche bajé al contenedor, como una ladrona: encapuchada. Vi como caían mis comics en el camión de la basura, junto con unos briks de leche. Mis vecinos no saben reciclar. ¡Crash! ¡Crash!, y ya está. Kore, sore, are, dore. Voy a pintarme los labios de rojo para ir al instituto.

Tintineos

RELATO

 

Tintineos

 

Las puertas del autobús escolar se cierran con un ligero soplido. Desde la acera, una mujer con vaqueros ceñidos lanza besos desmedidos a su retoño, a través del cristal.
—Nena, que no se va a la guerra —le dice una mujer con un lunar en la comisura del labio superior.
—Chicas, que nos quedamos sin mesa —apremia una rubia llamativa.
Junto a las cristaleras que dan a la calle, una chica teclea en un ordenador portátil. Se coloca unos auriculares y otea entre la clientela habitual a esa hora: las madres.
Las tres mujeres atraviesan la maraña de conversaciones.
«Mi marido se va de congreso a Nueva York?». «Qué se habrá creído esa profesora…». «Mi niña se pasa la tarde estudiando…». «Qué tiempo tan raro». «No me digas que ya tiene novia»…
La cafetera lanza gemidos de vapor, que se desvanecen aromatizando el local.
Se sientan en la única mesa libre.
—El chino si que tiene futuro, el francés ya no es lo que era —dice la mujer del vaquero ceñido, dejando un rastro de carmín en ek borde de la taza.
—¡Qué no, te pongas como te pongas. No…! —dice la mujer del lunar. contestando al teléfono, y añade—: ¡Dos churritos, guapa!… No, no, que no es a ti, es a la camarera.
—Mi marido dice que donde esté un buen francés… —La rubia llamativa toma la raza con el meñique levantado.
—¡Menudo golfo! —apostilla la del vaquero ceñido.
—¿Habéis visto esa peli de Georges Clooney en la que se enamora de una policía? Cómo le queda al tío la camisa blanca… —dice la rubia llamativa, dejando caer los párpados.
—Y luego miras tú al que tienes en la cama al lado y se te cae el alma a los pies… —dice la del vaquero ceñido, riendo —. ¿Y esta con quien habla?
—Yo esta tarde tengo pedicura —dice la mujer del puntito en el labio, que sigue al teléfono—: ¡Qué no,…! Bueno, ya lo hablamos esta noche, pero no pienses que…
—Qué mona es la camarera nueva —dice la rubia llamativa.
La mujer del lunar cuelga sin despedirse.
—Ya estoy con vosotras….¿De qué habláis? —les dice a las otras dos, y a la camarera—: Nena, que te perdido la leche caliente.
—Me voy a pilates, que llego tarde —dice la rubia llamativa, levantándose.
—Qué desagradable eres, hija. Ahora que he dejado el teléfono —dice la del lunar—. Te llamo esta tarde.
—Llámame a mí también y te cuento lo de las clases de chino.
—¿De qué chino hablas, nena? —dice la de mujer del lunar, cruzando la puerta.
La camarera mona recoge tazas, vasos, platos, que hacen tintín, rompiendo el silencio de la cafetería vacía. Huele a pan tostado. La chica del portátil se quita lo auriculares y desliza un beso sobre su mano a la rubia del vaquero ceñido, que había girado la cara.

 

 

 

 

 

 

 

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